El jardinero oriental que hizo florecer a la Escuela Alberdi

Las instituciones son sostenidas por personas, muchas veces comunes y corrientes, pero con capacidad de proyectarlas, si están animadas por un espíritu fuera de lo usual. Es el caso de Julio Kumagae, un jardinero oriental que, a mediados del siglo pasado, ayudó con su dedicación y la cosmovisión de su trabajo a rodear de natural esplendor a la Escuela Alberdi.

Cuando se mira la obra educativa argentina, nuestra provincia se destaca desde los primeros tiempos por su esfuerzo en beneficio de la educación popular. Bien podríamos suponer que por ese motivo se eligió a Entre Ríos como asiento de la primera Escuela Normal, cuya siembra se multiplicaría en maestros hacia todos los rumbos. De esa escuela egresó Manuel P. Antequeda en 1879, a quien convocó el gobernador Enrique Carbó (1903), para ser parte de la conducción de la educación de la provincia, lo que sucedió hasta 1914.

De su gestión nació la Escuela Normal Rural “Juan Bautista Alberdi”, primera escuela formadora de Maestros Rurales de Latinoamérica.

La Escuela tiene una versión escrita de su historia, desde lo académico, marcando la presencia de profesores, el paso de las promociones, de aquello que tiene que ver con los cambios pedagógicos, con su crecimiento, con su proyección. Pero cuenta además con una historia registrada por la oralidad, en la que relatos y vivencias han sido transmitidas de una generación a otra y en algunos casos registradas en las publicaciones de los Maestros alberdinos y, en otros, por la de aquellos que han tenido contacto, por otros motivos, con protagonistas de ese devenir institucional y humano.

Cuando nos aproximamos a Alberdi, de entrada nomás, al pasar el arco que nos lleva al edificio central, por la Avenida Manuel Antequeda, los eucaliptos, enormes, forman una galería y en el camino aparecen unos añosos jacarandáes (dicen que de 1904 o 1905) y también fresnos componiendo un cuadro sorprendente que convoca a disfrutar de este lugar privilegiado, que está cerquita de Paraná.

Desembocamos en plaza, que conserva su estructura inicial, retrabajada en la década del 60 por el Ingeniero Jozami y en su tiempo por un jardinero japonés, que, con exquisito gusto y orgullosa rigurosidad, seleccionaba y cuidaba sus plantas.

Hemos dicho repetidamente en este espacio que ante una historia que se desvanece indefectiblemente, cada día, fijar esas huellas diversas y particulares de los actores sociales, de los protagonistas de la historia se constituye en la posibilidad de generar fuentes para el futuro.

La historia oral requiere del relato, subjetivo, particular y rico, de las evocaciones de memoriosos, que detonan recuerdos y particularidades de nuestra mirada y enriquecen el patrimonio del colectivo social al que pertenecemos, como seguramente lo hará el que ofrece la profesora Norma Fernandez Doux de Demarchi.

El jardinero oriental

El jardinero oriental

Prologa. “Hay personas que pasan silenciosamente por las instituciones; de vez en cuando algún memorioso recuerda su obra, aunque con el paso del tiempo y cada vez más espaciadamente, terminan desvaneciéndose para las nuevas generaciones. Pero existieron, estuvieron allí cumpliendo sus faenas, la de sus trabajos y sus días, como los que transcurrió en la Escuela Normal de Maestros Rurales “Juan Bautista Alberdi” don Julio Kumagae, el jardinero oriental, allá por los años cincuenta”.

Contextualiza. “Varios estudiosos e investigadores han recogido la tarea educadora desarrollada por la centenaria institución emplazada en la localidad de Oro Verde desde 1904, siendo presidente del Consejo General de Educación el destacado profesor Manuel Antequeda, egresado de la Escuela Normal del Paraná en 1879, durante la gestión directiva de José María Torres”.

Pondera. “La Escuela albergó varias generaciones de estudiantes alberdinos provenientes de distintas localidades de Entre Ríos, de otras provincias argentinas y de países latinoamericanos, algunos de los cuales encontraron un hogar acogedor los fines de semana cuando las instalaciones se vaciaban de jóvenes, en el domicilio particular de don Julio Kumagae, en la calle Feliciano, en las inmediaciones del Club Atlético ‘Talleres’, en la ciudad de Paraná”.

Caracteriza. “Don Julio había nacido en Japón desde donde siendo muy joven, emigró a la Argentina promisora de aquéllos años en busca de oportunidades laborales y de un refugio de paz, el que encontró en tierra entrerriana, donde formó su familia y desde donde continuó recordando a sus ancestros y a su tradición nipona, respetuoso sentimiento que expresaba entre otros, cada fin de año vistiendo su kimono ceremonial y danzando un baile-ofrenda típico de su lejano país, ante el vecindario cosmopolita de la calle Feliciano, entre Yrigoyen y Gualeguay (hoy Presidente Illia)”.

Evoca. “El resto del año, todos los domingos por la tarde, a eso de las 17:30, don Julio se echaba al hombro una pequeña bolsa de paño que colgaba de su brazo izquierdo y se dirigía a tomar el colectivo que lo llevaba hasta Oro Verde para regresar los viernes por la tarde, cumplida su tarea semanal, con algún esqueje asomando por encima de su bolsa, para trasplantar en su pequeño jardín, entre sus dalias y clavelinas. Es un recuerdo de mi infancia”.

Tareas y labores

Continúa con sus referencias, Norma Fernández Doux de Demarchi. “Era el jardinero de la Escuela, cuando la gran extensión de tierra que formaba parte de la misma, destinada a las prácticas de los futuros Maestros Rurales, era cultivada de sol a sol, para alojar múltiples especies arbóreas y los jardines no tenían mucho que envidiar a los mejores del país. Siempre atento a su mundo vegetal, don Julio consumió sus años punteando la fértil tierra entrerriana, cuidando las flores con la ternura propia del floricultor, respetuoso del ciclo vital de la naturaleza desde la simiente hasta la mies, ensayando injertos, que sus flores agradecían en belleza, colores y aromas delicados, transformando el espacio en el vergel que muchos visitaban para ‘delectación morosa’ del espíritu, según expresión del poeta Lugones”.

Vincula. “Con los años comprendí que era su forma de educar, mostrando desde la elocuencia silenciosa de su ‘escuela al aire libre’ en plena campiña entrerriana, la metáfora adecuada y profunda que se gestaba diariamente algunos metros más allá, al interior de las aulas, donde también se sembraba diariamente entre niños y jóvenes compartiendo la común espera”.

Señala. “Un tiempo después de su fallecimiento, don Julio tuvo su reconocimiento por parte de la Intendencia Municipal, plasmado en una placa ubicada en el Parque Urquiza, junto a la escultura que representa al Intendente Francisco Bertozzi, quien le encargara la forestación y jardinería de un sector del parque otrora diseñado por el Arq. francés Charles Thays”.

“Fuente: El Diario”

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